Archivo de la categoría: Música

Música que duele.

Hace tiempo que me largo de los bares cuando suena esa maldita canción que me recuerda a ti, como si la música me diera una hostia en la cara , y me refugio fuera, o en el baño, o donde sea. La quité del modo aleatorio de mi iPod, la borré del pc. Huir de ella me sirvió hasta hoy. Tenían que hacer una versión horrible en TCMS para recordarme que sigues existiendo cuando yo me empeño en olvidarte. Y te odio por ello tanto que duele.

Sad Sonnet.

Mi pequeña cicatriz.

Hoy voy a dedicar personalmente una canción a una persona que una vez desapareció. Porque lo mejor de las canciones es que dicen exactamente lo que tus palabras no saben explicar. Y esta habla de una mujer. De olvidar gracias a la distancia. De cicatrices. Del mes de abril. Y de una ciudad: Barcelona.

Ni Ramblas compartidas, ni atardeceres en Montjuic.  Ni mi lluvia del norte, ni tu Barceloneta en abrilCon tierra de por medio fue más fácil volver a reír. Que San Valentín y Cupido se apiaden de ti…
Es menos peligroso estar solo que cerca de ti y aunque me aprieta el frío parece que ahora soy feliz. El tiempo le ha sentado bien a mi pequeña cicatriz
Un recordarte que es mejor así, un recordarme que es mejor así…
 
 

Sad Sonnet.

(Y que Rulo siga diciendo exactamente lo que mis palabras nunca supieron explicar)

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Cero grados-Forraje.

Yo hace tiempo que prometí actualizar más a menudo, pero como mis obligaciones estudiantiles me están quitando la inspiración, el tiempo, la paciencia, y hasta las ganas de vivir (pero yo, en mi masoquismo habitual, encima soy feliz) (Menos cuando veo paraguazos demasiado cerca de mi persona), pues no sé ni de qué hablaros. Así que yo qué sé. Voy a dejaros una canción que me gustaba mucho hace un par de años y que he recordado hoy no sé ni por qué. Disfrutad. Echad de menos mi sarcasmo leonino.

Un globo, dos sexos, tres orgasmos, cuatro risas, cinco besos, seis gemidos; y ríe la luna por nada.
Siete dudas, ocho renuncias, nueve fugas, diez silencios, once rosas, doce docenas de espinas afiladas, oxidadas con desprecio.
Trece broncas, catorce puñaladas, quince duchas de agua helada. Dieciséis deudas, diecisiete borracheras, dieciocho corazones bomba; y la luna llora descuartizada.
Diecinueve corazones bomba, veinte colillas, veintiún castillos de arena, veintidós historias, veintitrés puntos de sutura y veinticuatro horas extraordinarias.
Y ciento un heridas abiertas, y trescientas sesenta resacas, y mil y una noches sin ti…
 

Sad Sonnet.

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Música.

Esta tarde, al volver de un día movidito con mis compañeros de máster, cansada y con la espalda dolorida (y protestando, siempre protestando), llegué a mi casa, me puse el pijama de lunares, me envolví en el albornoz horrible de cuadros y ositos, y me puse a ver Fringe. Capítulo 5×01, que lo llevaba atrasado desde hace una semana, con lo súper fangirl que soy yo de esta serie. Y el final me erizó los pelos de la nuca.

(¡Alerta minispoiler, navegantes!)

Walter Bishop echa de menos la música. Sólo piensa en ella. No comprende por qué apenas existe. Hasta que despierta y…

http://www.youtube.com/watch?v=DybrM4CSNy4

¿Y yo? ¿Qué sería de mí si en mi mundo no existiera la música? ¿Si no pudiera sentir a través de las canciones?

Sad Sonnet, hasta que termine el último compás.

 
 
Bonus track: Os dejo mi último descubrimiento musical:

Bunbury & Rulo (y la Contrabanda) - El vals del adiós.



Y me he abrazado fuerte a mi tequila, 
contándole las cosas que nunca haremos. 
En Plaza Garibaldi se hace de día, 
y yo en mitad gritando "Te echo de menos". 
Y brindo por esas noches donde todo era alegría, 
esa mezcla de sonrisas y rock & roll. 
Esas tardes de verano apurándonos los cuerpos,
valía más el bar de abajo que toda Nueva York...
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Noches de fiesta 0.0

Dicen que no hace falta beber para divertirse. Pues yo os digo que una mierda. El sábado a las cuatro de la mañana yo ya no tenía alcohol en sangre, pero sí un cansancio inhumano debido a la noche anterior, así que me dediqué a dejar pasar la noche y analizar la situación. Y la situación es que salir de fiesta es una mierda si no estás borracho.

Primero, porque el resto del mundo sí está borracho. Y claro, esto, cuando tú vas más pedo que Alfredo (¿quién cojones será este señor?) mola, porque al final te echas unas risas cuando llega el momento «eh, tío, te quiero a muerte», pero cuando tú estás bien descubres que los borrachos tienen un dialecto horrible que no hay su puta madre que comprenda, y en el cual todo suena como «tíohsjkdhfquetequierrrroamueeeeeeeeeeeerteeeeeeeeeehasjldjf». No mola.

Segundo. La música es una mierda. Y me jode, porque yo con tres tequilas bailo Juan Magan y grito «ELECTRO LATINOOOOOOOOO» encima de las gogoteras/tirada en el suelo/ abrazada a cualquier ser humano colega mío/ farola. Pero es que así, cansada y sin alcohol, no le veo el punto. Pero a nada eh, no hay manera.

Tercero. ¿Por qué mierdas no ponen sillas (o bancos. O taburetes. O esclavos hindúes arrodillados en posición fetal) para poder estar sentados en todos los bares? Que yo con ese cansancio inhumano que tenía andaba mendigando asiento por todas las esquinas. Por las escaleritas infernales que hacen resbalar todos los tacones, por las gogoteras, por los portales, por el suelo, donde fuera con tal de no moverme más. Si yo sólo quería morirme a gusto.

Y con esto y un bizcocho, otro día despotricaré de babosos, yonkis y demás fauna ibérica esperpéntica que suele aparecer también a esas horas de la mañana. Buenas y relajadas noches.

Sad Sonnet.

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Alegría en puñados de a diez :)

¿Vosotros sabéis lo que es tener una serie de días de mierda, y que de repente, todo se esfume? ¿Pasar horas en la mejor compañía y tener la suerte de poder volver a ver a uno de los grupos que más te gustan en directo? ¿Reírte con ganas? ¿Dar vueltas buscando algo de comer? ¿Y acostarte a las tantas sonriendo?

Pues yo ayer tuve esa suerte. Y por todo éso y mucho más, gracias 🙂

Y que nos dejen en paz recoger la alegría en puñados de a diez…

Sad Sonnet.

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Otelo.

Me desperté disgustada, pero no lloraba, ni gritaba. Últimamente estaba teniendo un montón de pesadillas, pero ésta me había dejado un mal sabor de boca especial, y aún me retumbaba en la cabeza la B.S.O. que eligió mi torturada mente para acompañar el maldito sueño. There is, de Box Car Racer. Tarareaba mientras decidía que día me tocaba mutilar.

Do you care if I don’t know what to say? Will you sleep tonight will you think of me? Will I shake this off, pretend it’s all okay, that there’s someone out there who feels just like me?

Jueves. Y el agua de la ducha no se llevó los retazos de sueño que aún me quedaban, y que ya sabía yo que me iban a perseguir mucho tiempo. Él. Con ella. Con la persona que más celos podía despertarme. La que conseguía que yo me sintiera inferior día tras día. Los siete días de la semana. Eran felices y yo sabía en el fondo de mi ser que era cierto, que el camino acababa así, que sólo podía estar con ella, que yo nunca lo merecí, que nunca fui suficiente. Voy a llegar tarde, no me da tiempo a secar el pelo y al ritmo que voy, estoy viendo que no voy a ser capaz siquiera de encontrar dos calcetines del mismo color. Igual es premonitorio y a lo mejor consigo ver algo a través del maldito flequillo. Quéhoraesquéhoraesquéhoraesquéhoraes. ¿Podría soportar verle con otra de la mano, o acabaría al borde de la locura, como Otelo?

Salí a la calle con el iPod a toda hostia, los cascos bien incrustados en los oídos, el corazón adormilado, y un peine en el bolsillo interior de un bolso que no hacía juego con los colores dispares de mis calcetines a rayas. Y de repente me he dado cuenta de que es todo una soberana soplapollez, y empecé a sonreír. No se puede tener celos de algo que no se tiene, y he decidido que ya no lo quiero tener. Por mi cordura. Por el bien de mis noches insomnes y mis taquicardias de hamster de salón.

Ojalá supiera cómo hubiera acabado Otelo de no haber perdido la cabeza.

 

 

Sad Sonnet.

Bed of Roses.

A veces ocurre que la primera vez que escuchas una canción, remueve algo dentro de ti, y en ese preciso instante, la haces tuya. Crece contigo, madura al mismo tiempo. Es esa sinfonía que retumba en tu cabeza al hundirte emocionalmente, la que te destruye, la que cantas gritando hasta agotar las lágrimas y quedarte tranquilo y en paz. La que renace contigo después de la tormenta, la que te hace sonreír, o recordar tiempos mejores. La que tarareas en la ducha al dedicarte un día exclusivamente a ti mismo. La que permanece en tu reproductor por muchos años que pasen. Yo tenía dos de estas. Y la primera vez que escuché Bed of Roses tenía trece años.

Ni siquiera recuerdo quién me había grabado el Crossroad, de Bon Jovi, en casette para el walkman. Una pena, se lo agradeceré eternamente, se convirtió en mi disco favorito de la banda. Supongo que fue mi padre. El caso es que teníamos cena familiar, y como ya se sabe que yo a los trece años tocaba mucho los cojones, me llevé el walkman al restaurante y me tiré media noche con los cascos puestos. A los trece también tenía las hormonas revolucionadas, y empecé a llorar con los primeros acordes de guitarra. Como si en aquel restaurante no hubiera nadie más que yo y mis niñatadas. Así fue como la hice mía.

Cambié el walkman por un discman, este por un mp3, y este por mi actual -y ya maltratado- iPod, y ella siempre ha estado ahí a lo largo de estos once años. Se la dediqué a mi ex novio, la escuché miles de veces cuando rompimos, me regodeé durante horas en la tristeza de los recuerdos con ella sonando de fondo. Me autodestruí durante un tiempo, volvía a recordarme que existen tiempos mejores utilizándola de banda sonora. Me recordaba que soy capaz de sentir cosas aunque me empeñe en demostrar que no, cada vez que me emocionaba con los primeros acordes de guitarra. Con el tiempo volví a transformarla para que me traiga esperanzas de un futuro donde los sentimientos no son un fraude. No pueden serlo si existen canciones así.

El miércoles era de noche, y Jon Bon Jovi arrancó con los primeros acordes de guitarra, y mis primeras lágrimas. Lloré los siete minutos que duró, y fue como cerrar un círculo. Al menos hasta que el sábado desperté a mediodía después de acostarme al amanecer de Barcelona tras una noche increíble, y mientras intentaba mantener el equilibrio y que el mundo no girara tan deprisa, volvía a retumbar en mi cabeza. El Bed of Roses.

Sad Sonnet.

Copenhague

Ya se sabe que cuando uno empieza a identificarse con canciones lentas de grupos indie, es que está realmente jodido. No literalmente, supongo. No sé si a vosotros, estimados -y escasos, pero yo os quiero igual- lectores os pasa, pero cuando una canción del estilo me remueve algo en las entrañas, significa que algo ha cambiado, y yo tiendo a no saber cómo afrontarlo. Normalmente, suelo cambiar la apatía y la indiferencia por nervios en el estómago. Y suena Copenhague, y me doy cuenta de que ya no me acordaba de cómo se tiene miedo, ni de cómo se echa de menos, y los nervios del estómago se hacen cada vez más fuertes. Se mezclan con el miedo, con la indecisión, con la inseguridad, con la incertidumbre, y ni siquiera salir a correr me permite huir.

No me falles, iTunes, y deja que Kanye West se lleve los restos de su olor en mi almohada.

Sad Sonnet.

Sad Sonnet’s Greatest Hits, part II.

Charlie’s greates hits:

http://www.youtube.com/watch?v=mDRGdFjb7w8

#5. El día en el que Cristina me enseñó por primera vez una canción de Héroes del Silencio.

#4. El preciso instante en el que descubrí que me habían admitido en Biología.

#3. El primer beso que mi ex novio me dio en el parque, allá por el 2004.

#2. Mi abuelo peinándome en la galería de Infiesto.

#1. La mañana que desperté dándome cuenta de que volvía a ser capaz de sentir.

Sad Sonnet.

(Entrada estrechamente relacionada con ésta.)

Last chance for one last dance.