Archivo de la categoría: Dramas personales

La Odisea (de la Administración Pública)

Todo empezó hace cuatro años, cuando me empeñé en volver a ser universitaria. No sé por qué, si yo ya había empezado una carrera en la que aguanté dos años, acabado un módulo, y apuntado al paro. Pero es que no estaba yo contenta sin romperme la cabeza un poco más, así que me planté en el servicio de administración de mi nueva universidad, sin un duro porque al abandonar mi carrera anterior no me habían dado beca, y con la cabeza echa un lío de tanto pasear papeles de acá para allá. Aquello del traslado de expediente, previo pago bancario, me estaba empezando a poner nerviosa porque, en primer lugar, mi antigua universidad no lo había mandado a la nueva, si no a una privada que no se pronunció y que debió comérselo, porque no dieron señales de vida hasta que mi nueva y mejor amiga en el mundo, la señora canosa de administración, llamó para ver si mi expediente estaba en algún sótano profundo y oscuro. Estaba, claro, pero pretendían que volviera a pagar el traslado a la universidad correcta. Y no me dio la real gana, así que me pasé una mañana entretenidísima viendo a la señora teclear cosas mientras yo intentaba contener el tic nervioso del ojo, pero al final juró y perjuró que estaba arreglado.

MINTIÓ. MINTIÓ DE MANERA HORRIBLE Y DESCARADA.

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Pasado, presente, futuro

Hace tiempo que tengo la horrible sensación de que necesito irme de aquí. Y cada vez es peor. Siento que me ahogo, que me cuesta respirar, que aquí ni siquiera soy yo misma, que me muevo como arrastrada por una corriente que no sé si es la que quiero seguir. Que mi pasado me condiciona, que no sé a dónde va mi futuro, que en mi presente no estoy donde quiero estar, ni sé a dónde voy, no sé qué es lo que quiero, no me entiendo y seguramente nadie lo haría si pudiera entrar en mi cabeza. Porque yo no hablo de estas cosas. Yo estoy siempre perfecta, yo lucho por lo que quiero. Y no sé cuál de las dos mentiras es mayor.

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Tecnofobia.

Ha llegado el día en el que ya no me sorprenden las catástrofes tecnológicas que sufro a mi alrededor. Claro, al principio era raro, porque en mi casa murieron la lavadora y el microondas, mi iPod se quedó callado, y a mi cámara de fotos le salió una mancha tumoral maligna en medio de la pantalla de la cual no llegó a recuperarse nunca, la pobrecilla. El caso es que, con el tiempo (y después de renovar lavadora, microondas y el dichoso iPod, pero no la cámara porque a fin de cuentas sacar fotos a ciegas mola mucho más) he decidido que tengo un don. Hay gente a la que se le dan bien las plantas, cocinar, o cuidar koalas. A mí se me da bien matar aparatos electrónicos. Esta semana le tocó el turno a la pantalla (¡Que también era tele!) de mi ordenador, que, por cierto, también está comatoso y agónico. La arreglé, pero ahora no funciona el sonido, y mis altavoces hacen un ruido similar a «fuuuuuuuuu» cuanto más subes el volumen. No mola, escucho a Bon Jovi que parece que tiene el roncón de la gaita sonando por detrás.

La semana pasada, unos cascos monísimos y carísimos. Se quedó mudo uno. El otro no. Y por lo tanto, llegó un punto en el que me quedé sorda de un oído. Del otro no. Tenebroso.

Y el último problema que me ha surgido últimamente es que la tele de mi salón cruje. Cruje mucho. Muchísimo. Y yo tengo miedo a que un día explote mientras duermo la siesta con alguna peli de Antena 3 de fondo, morirme, y no poder venir a contároslo, con el drama potencial que todo esto implica (y sangre y vísceras y cristalitos por todas partes).

Ayúdeme, doctor.

Sad Sonnet.

Nota: ¿Algún informático en la sala? ¡Mi ordenador está comatoso y agónico!

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Noches de fiesta 0.0

Dicen que no hace falta beber para divertirse. Pues yo os digo que una mierda. El sábado a las cuatro de la mañana yo ya no tenía alcohol en sangre, pero sí un cansancio inhumano debido a la noche anterior, así que me dediqué a dejar pasar la noche y analizar la situación. Y la situación es que salir de fiesta es una mierda si no estás borracho.

Primero, porque el resto del mundo sí está borracho. Y claro, esto, cuando tú vas más pedo que Alfredo (¿quién cojones será este señor?) mola, porque al final te echas unas risas cuando llega el momento «eh, tío, te quiero a muerte», pero cuando tú estás bien descubres que los borrachos tienen un dialecto horrible que no hay su puta madre que comprenda, y en el cual todo suena como «tíohsjkdhfquetequierrrroamueeeeeeeeeeeerteeeeeeeeeehasjldjf». No mola.

Segundo. La música es una mierda. Y me jode, porque yo con tres tequilas bailo Juan Magan y grito «ELECTRO LATINOOOOOOOOO» encima de las gogoteras/tirada en el suelo/ abrazada a cualquier ser humano colega mío/ farola. Pero es que así, cansada y sin alcohol, no le veo el punto. Pero a nada eh, no hay manera.

Tercero. ¿Por qué mierdas no ponen sillas (o bancos. O taburetes. O esclavos hindúes arrodillados en posición fetal) para poder estar sentados en todos los bares? Que yo con ese cansancio inhumano que tenía andaba mendigando asiento por todas las esquinas. Por las escaleritas infernales que hacen resbalar todos los tacones, por las gogoteras, por los portales, por el suelo, donde fuera con tal de no moverme más. Si yo sólo quería morirme a gusto.

Y con esto y un bizcocho, otro día despotricaré de babosos, yonkis y demás fauna ibérica esperpéntica que suele aparecer también a esas horas de la mañana. Buenas y relajadas noches.

Sad Sonnet.

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Cosas que hago genial.

Yo soy de constitución ancha y autoestima baja. Soy la clase de persona que no deja de pensar cosas como «No estudié bastante, voy a suspender porque soy imbécil», «no tengo nada que ofrecer, se va a buscar a una rubia con menos kilos, más tetas y centímetros de altura y no le voy a volver a ver nunca jamás en la vida», «tengo el dedo gordo del pie demasiado gordo», y etcétera.

Anoche me dolía la garganta y claro, eso me daba problemas para dormir, así que me puse a pensar, que es un poco lo peor que puedes hacer cuando lo que pretendes es dormir, pero claro, a ver quién para una vez que empiezas. Y estaba yo con el tema de los kilos de más, las rubias despampanantes, que me abandonen y no follar nunca más, cuando pensé: «Vale, espectacular no soy, pero… ¿y lo bien que se me da cantar de puñetera lástima?». Porque sólo os voy a decir que el otro día lo clavé en el Singstar imitando a Joaquín, el de Pimpinela. Joder, y dibujar mal. A eso es imposible que nadie me supere. De hecho, os voy a presentar mi obra maestra, para ilustrar:

Lo he titulado «Señora con moño bailando». Miradlo bien. Asimiladlo sin prisa. Sé que impacta.

Y así con un montón de cosas. Por ejemplo, también sé desparejar calcetines. Esto además lo hago con una facilidad pasmosa, porque ya no es que salgan solteros de la lavadora, no, es que para cuando los meto a lavar, ya falta uno.

Se me dan genial muchas otras cosas, como cocinar fatal. Sé hasta incinerar el pan o dejar las pizzas negras. También sé perder cosas, olvidar en qué página del libro que estoy leyendo me quedé, perder hasta jugando al Super Mario (y ahora con el Galaxy, todavía lo hago mejor), no recordar cosas importantes, perderme sin necesidad, y así.

¿Veis? En el fondo soy maravillosa.

Sad Sonnet.

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Ser simpático es una mierda.

Porque normalmente es bonito, tú sonríes mucho, asientes, haces un par de gracias, y todo el mundo contento. Pero, ¿y el día que te levantas con el pie izquierdo? Aaaah, ese día es una mierda. Porque tú te levantas y no es que ya no tengas ganas de reírte, no, es que no entiendes por qué el resto de las personas del universo, excepto tú, no han muerto. Tú no, porque por muy mal día que tengas, eres cojonudo igual. Entre que el vecino de arriba encima de bizco es imbécil, y que la familia tiene esa costumbre horrible de hablar, tú ya sólo quieres beberte el café tranquilo. Y en silencio. Pero eso no ocurre nunca, porque tú eres simpático, y ahí está tu madre, venga a hablar y venga a esperar que digas algo gracioso. Pues yo qué sé, joder. «Plátano».

Y te pasas el día así, escuchando estupidez tras estupidez, porque la gente tiene manía con interaccionar incluso cuando tú ya sabías, al levantarte de la cama, que todas las conversaciones van a ser una mierda. Pero si es que lo único que me interesa a mí en esos momentos es follar. Es lo único que puede arreglarme los días en los que no quiero ser simpática. FOLLAR. Pero claro. Una es digna.

Mañana me tomo el café en el bar.

Sad Sonnet.

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Geografía asturiana y sentido de la orientación.

Hoy os traigo otra de esas maravillosas historias para no dormir que os van a dejar pensando que la pobre Sad Sonnet es estúpida. Resulta que el domingo yo tenía una comida familiar en Bañugues, Luanco, para celebrar el santo de media familia, incluido el mío. Y con motivo de la celebración, ocurrieron una serie de circunstancias que me mandaron literalmente a tomar por culo.

Yo tenía que llevar el coche hasta Bañugues ya que mis padres no podían pasar a por mí, pero al final llevé también a mi primo (el pequeño, el de 30 años), que no había dormido nada y que me estuvo whatsappeando desde las once de la mañana. Yo a estas alturas de la vida debería saber ya que la batería de mi HTC no da para tanto, pero siempre me confío demasiado. A lo largo del día siguió echando humo el pobre, porque mis colegas estaban de parrillada y yo, en teoría, iba a ir con ellos de parrilla-cena cuando acabara con la familia. Ahí viene el drama.

Salí de Bañugues más o menos a las siete de la tarde, creyendo que mi sentido de la orientación y yo seríamos capaces de estar en Lugones a las ocho, previa parada en casa. Ahí me hice la primera nota mental:

Error número 1: Nunca confíes en tu sentido de la orientación. Me perdí a la salida de Luanco y tuve que dar la vuelta en una carretera rumbo a ninguna parte.

Paré en casa y le mandé un whatsapp a uno de mis amigos, a ver si seguían en Lugones. No, no estaban. Estaban en un pueblo, llamado Bolgues, en dirección a Grao. Hice caso a mi amigo, puse en el GPS del móvil el nombre del área recreativa, y me puse en marcha. El problema es que me indicó que cogiera la salida 14 rumbo a Nosédónde, y yo sólo veía la 13, así que decidí que estaría un poco más allá. Segunda nota mental:

Error número 2: Te he dicho que NUNCA confíes en tu sentido de la orientación, Sad Sonnet. Ahí se me desubicó el GPS y nunca jamás volvió a encontrarse.

A estas alturas de la película estaba empezando a cabrearme, porque encima el GPS del móvil había entrado en huelga de silencio y ubicación, así que entré en la primera salida de Grao, di la vuelta en una rotonda providencial, y cogí el rumbo contrario, a ver si encontraba la salida 14. Se me apagó el móvil. Nota mental número 3.

Error número 3: Nunca confíes en la batería de tu móvil de mierda.

Y yo ahí en el coche. Sola, sin poder llamar, y lo peor, perdida en los aledaños de Grao y temiendo morir sin haberle dicho a mi colega que me cago en la puta que parió a sus ideas de explorar Asturias. Cogí la salida 14, que era lo único que sabía a ciencia cierta, y en el primer pueblo que encontré, giré a la izquierda donde me salió a mí de los cojones, volviendo a repetir la nota mental número 1. Aparecí en una calle de sentido único (en la que, por supuesto, yo iba en sentido contrario) quedando atrapada entre una fila de coches que subía y una pared de piedra. Un señor amable me indicó que había un entierro. Pues nada, voy a seguir cagándome en todo Grao mientras espero a que salgan todos.

Cuando conseguí dar la vuelta, diez minutos después, busqué al único habitante vivo que quedaba por allí, que muy simpático él, me indicó cómo llegar al pueblo de mierda donde estaban estos cabrones. Me indicó mal. No se acordó de decirme que al final de la carretera había un desvío, ni qué camino tenía que coger, así que me la jugué mientras mentalmente sólo repetía algo como:

«Me cago hasta en su puta madre, como no sea por aquí doy la vuelta y no vuelvo a salir de mi casa hasta que alcance los 67 y me jubile».

Milagrosamente acerté. Llegué una hora y cuarto tarde. Mis amigos me decían no sé qué de que iban a llamar a mi casa, de que había un helicóptero y a ver si me había pasado algo, y cosas así. Cómo me conocen. Cuando les conté la historia se rieron de mí, los muy cabrones, sin tener en cuenta que yo pasé miedo a morir en grao sin darles una hostia a cada uno por no saber ya que a mí no se me puede dejar sola.

Y esta es la historia de cómo Sad Sonnet se dio cuenta de que es estúpida y no sabe orientarse.

 

Sad Sonnet.

 

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Gracias…

Hace casi dos meses que no actualizo, y hoy llevo tres cuartos de hora delante de la nueva entrada en blanco, porque ni siquiera sé qué decir o sobre qué hablaros.

Vivo con los nervios a flor de piel. Hace justo un mes que acabé la carrera y tampoco sabía bien cómo debía sentirme. Al saber la nota del último examen quería gritar de alegría, llamar a todo el mundo, publicarlo por todas partes. Esa misma tarde me di cuenta de que es una etapa de mi vida que termina, y que delante de mí sólo tengo un agujero negro de incertidumbre, y con las mismas empecé a llorar. Estoy inestable. Paso de la felicidad más absoluta a un estado apático que me consume. Pienso en todo lo que se termina y todo lo que queda por venir, y me da vértigo. Pienso en esos compañeros de clase que veré de Pascuas a Ramos, y me da lástima. Pienso en la gente que he ganado de verdad, y me da una alegría inmensa. Pienso en mi futuro y me quedo en blanco.

Siento que los hilos empiezan a cortarse, así que desde aquí, quiero dar las gracias a todas esas personas que tengo cerca por apoyarme y estar conmigo, por hacerme feliz, por sacarme de fiesta, por llevarme a la playa, por las terrazas al sol del domingo, por tomar cerveza en una imitación cutre del Oktoberfest, por los whatsapp que me sacan una sonrisa en estos días que no tienen un color indefinido. A mis compañeras del hotel, por hacerme reír y que mis días sean lo más amenos posible. 

Y a mis compañeros… Han sido tres años buenos. Yo, desde aquí, os deseo lo mejor ahora que nuestros caminos se empiezan a separar. Un abrazo, turistas.

 

Sad Sonnet.

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Alegría en puñados de a diez :)

¿Vosotros sabéis lo que es tener una serie de días de mierda, y que de repente, todo se esfume? ¿Pasar horas en la mejor compañía y tener la suerte de poder volver a ver a uno de los grupos que más te gustan en directo? ¿Reírte con ganas? ¿Dar vueltas buscando algo de comer? ¿Y acostarte a las tantas sonriendo?

Pues yo ayer tuve esa suerte. Y por todo éso y mucho más, gracias 🙂

Y que nos dejen en paz recoger la alegría en puñados de a diez…

Sad Sonnet.

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De días jodidos y no saber manejarlos.

Yo no suelo tener días malos. Nunca. Los que me conocéis en persona sabéis que tengo tendencia a pasarme el día protestando por estupideces, pero también riéndome de todo y nada. Así que hoy, que tengo el mal comúnmente conocido como «día jodido» sin una causa concreta, no sé cómo manejarlo. No quería levantarme de la cama, ni desayunar, ni ir a clase, ni hacer nada que implicara salir de la cueva de mantas del sofá y asomar la nariz al mundo exterior. Quiero comer chocolate, y ver películas deprimentes y llorar de la forma más escandalosa posible mientras sujeto al móvil esperando ese mensaje que diga: «baja a tu portal o ábreme la puerta, que quiero darte un abrazo«, y dejarme arrastrar y llorar en un hombro distinto sin que nadie diga nada.

Y el tiempo pasa y yo no sé llorar de forma escandalosa, ni tengo chocolate porque estoy a dieta, y el timbre del móvil nunca llega.Y como tampoco tengo películas moñas, veo Fringe tomándome un café calentito.Pero este peso en el pecho no se va, y yo ya no sé cómo echarlo. Y me acuerdo de todas las cosas que me hacen daño, y me auto-flagelo cada vez más.

Y pasa hora tras hora sin un «ábreme la puerta, que quiero darte un abrazo«.

Sad Sonnet.

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